Respuesta a José Ramón López autor de “Aún el viejo régimen” publicado en Cambio.
Esta es mi respuesta a un seudo politólogo de la sarna poblana, que salpicado de intelectualidad se encuentra estancado en la mediocridad, que con lenguaje fluido y complicado, da rienda suelta es su preñez prohibida de intelectual, hijo del sistema, mejor dicho hijo del padre que a mamado de la ubre presupuestal y sabe de las complicidades del mismo.
Su educación no pública forjada con los dineros del pueblo en instituciones privadas, con esa insana costumbre de montarse en el camello ajeno, roba las frases de los célebres o se escuda en los dichos de otros, mejor dicho, entre sus comentarios desprovistos de sentido, se arrepiente de su propio origen, se revuelca en el estiércol que produce y se erige como tenebrio que desea ser mariposa, pero nunca lo puede ser, llegando quizá a ser un simple mariposón.
Cree que en su anonimato parcial, de soltar los comentarios desde su tabique, el mareo lo hace caer en la indefinición, en el descaro de un burdo insulto a las instituciones, aquellas que han cobrado la sangre de miles de mexicanos, pero que desconoce, puesto que solo concibe la democracia desde una óptica fatalista o costumbrista (se pueden aplicar ambos) creyendo que de paso, puede ofender a los periodistas que llama "aldeanos" cuando en su absoluta insignificancia el también lo es.
Aquí el bodrio de marras:
Análisis
Aún el viejo régimenEl PRI ha retenido una mayoría legislativa más que absoluta. Desde la Ciencia Política (esa que no conoce ni practica el 97% de los que escriben y hablan de política en los medios aldeanos, aunque no pocos se digan politólogos) no hay cómo llamarse a sorpresa: el escándalo Cacho tuvo efectos estatales no generalizados, es decir, limitados a los bolsones urbanos con mayor índice conjunto ingreso-escolaridad y con aspiraciones clasemedieras de modernización; los controles autoritarios corporativos sobreviven, pasando por organizaciones “populares” priistas con cacicazgos que amenazan y acarrean, en largas franjas del territorio estatal, de carácter rural o semiurbano, sumidas en el atraso socioeconómico (causa de que en ellas la “participación” o, mejor dicho, porcentaje de votación sea en promedio mucho mayor al del mundo urbano); el gobierno estatal, dependiente de una (su) mayoría legislativa amplia y cohesionada, controla los dineros locales y no está controlado en su gasto por otros poderes públicos dada la ausencia de división de poderes y, por ende, de pesos y contrapesos; el alto abstencionismo metropolitano, favorable al PRI, estaba cantado; y el PAN todavía carece de presencia real (aparato electoral permanente, firme y fuerte e identificación partidista entre la población adulta con este partido) en la mayoría de los municipios.
Sobre esto último, existen datos como los siguientes (provienen de mi trabajo politológico): al llegar este 2007, el PAN jamás había ganado una elección en 17 de 26 distritos locales (65%); y de las elecciones municipales de 2004, aproximadamente 70% de los 61 triunfos panistas están correlacionados con el transfuguismo, esto es, se deben a un político priista que no recibió la candidatura del PRI a pesar de que contaba con los recursos político-financieros para arrastrar el apoyo local y que, por ello, en una negociación, fue puesto bajo sus siglas por el PAN.
(Una digresión académica: así, la competitividad político-electoral real al interior del estado no puede ni debe estimarse sólo a partir del mero dato de la alternancia como cambio formal de siglas en el poder. Hay que preguntarse qué está detrás de esa alternancia y buscar qué la produce o determina.
Entonces, varias veces se encontrará que no la competencia electoral auténtica y estabilizada entre partidos sino la disputa grupal y la ruptura dentro de uno). Asimismo, el PRI nunca ha perdido la gubernatura ni la mayoría absoluta en el Congreso local. Aun más: siempre ha tenido una mayoría calificada (66%) o cuasi calificada (60-63%), como a partir del 2004. Una excepción en todo el país. En 2000, fecha cumbre de la transición democrática nacional, Puebla era el único estado en el que esa formación definitoria del régimen autoritario presidencialista de partido hegemónico aún era un elemento principal del paisaje.
Lo sigue siendo.
Y con un Congreso dominado por un partido y un partido mandado por el gobernador, se han asegurado, aseguran y asegurarán otros mecanismos, procesos y resultados no democráticos: la conservación de un sistema electoral sobrerepresentativo y -como acertada y oportunamente lo ha señalado el especialista Víctor Manuel Reynoso- una distritación “sesgada e inconstitucional”; el abuso presupuestario (los gobiernos divididos tienen un gran ventaja comprobada: disminuir o hasta bloquear la irresponsabilidad en la asignación y gasto del dinero público); la subordinación del poder Judicial al poder Ejecutivo (previas partidización y politización); la institucionalización del secreto y la opacidad; la corrupción de los partidos pequeños y de los medios, etc.
De aquí la caracterización que desde hace tres años aparece en –y sólo en- mis publicaciones académicas y periodísticas sobre el estado de Puebla: enclave autoritario: resabio, reproducción y reducto político-institucional local del antiguo régimen nacional. En Puebla, como un todo, NO hay democracia.
Nunca la ha habido. La competitividad político-electoral no es siquiera un fenómeno constante y extendido, como es y, por tanto, debe ser en todo sistema democrático.Todo lo arriba escrito está publicado desde hace mucho tiempo en muchos espacios especializados, de divulgación o periodismo (revistas como El Cotidiano, de la UAM-Azcapotzalco, Opción, del ITAM, Caja Negra, Día Siete, así como en este periódico).
En Cambio, ya durante el último semestre del gobierno de Melquiades Morales, publiqué al respecto un artículo titulado “Tres razones del dominio priista” (en el que, por cierto, se establecía la obviedad del triunfo de Mario Marín). El 24 de octubre pasado escribí, tras analizar los procesos electorales de otras entidades federativas: “¿Y Puebla? Este estado debe ser ubicado con un mapa diferente al de la democracia. Es un enclave autoritario (a mucha honra, soy el único que así lo refiere y analiza).
Me dan un poco –sólo un poco- de ternura los que toman prestado un vocabulario democrático para “interpretar” lo que pasa, o no, por estos rumbos. Pero me pregunto –aunque sé cuáles son las respuestas- cómo se atreven a hacerlo cuando a todas luces no existe la división de poderes (lo he demostrado muchas veces en muchos espacios, incluso antes del escándalo Cacho), el sistema judicial es una desgracia, la Comisión Estatal de Derechos Humanos no protege los derechos humanos, el Instituto Estatal Electoral no está a la altura institucional-moral-intelectual de sus responsabilidades, la Comisión para el Acceso a la Información Pública no permite que el público acceda a la información de y sobre el poder Ejecutivo, el PRI ha retenido la gubernatura y la mayoría absoluta en el Congreso local desde que se fundó como PNR en 1929 (lo que, les aviso, no es democráticamente normal), la gran mayoría de los medios desinforma jugando a favor del gobierno estatal, etcétera”.
De esta suerte, como politólogo, no me sorprenden los resultados de estas elecciones legislativas. Por ello jamás escribí que el PAN fuera a ganar la capital, mucho menos el mayor número de diputados. Como ciudadano y defensor de la democracia, me mantienen en la tristeza. Sigue cerrada la puerta de la democratización cabal del estado. Que, sin duda, pasa por el campo congresal (o congresual o congresional, las tres palabras son válidas).
*** ¿Por qué desde 1995 en la capital hay resultados electorales locales que corresponderían al tipo democrático (alternancia)? La voluntad de castigo electoral de un paquete de segmentos poblacionales (sucesivos ascendentemente a partir de lo medio-bajo) no corporativizables dada su situación socioeconómica (clase de trabajo, salario, composición familiar, años de escolaridad, grado de exposición a los medios electrónicos nacionales e internacionales y su influencia cultural) llega a desbordar la deficiente y apenas liberalizada (autoritariamente) estructura electoral formal. Factores: la presencia del PAN (aquí sí), pero también sus errores y omisiones, el desempeño y percepción social de los gobiernos todos, los coletazos de las coyunturas nacionales y su recombinación (en sentido biológico) en coyunturas locales, así como el nivel de abstencionismo.
*** ¿Por qué en elecciones federales se ven algunos resultados distintos a los de las locales tratándose de un mismo lugar? Esperen un texto sobre el punto.
Por ahora, avanzo esto: tómese todo lo anterior pero ahora póngase dentro de una institucionalidad electoral verdaderamente democrática (que posibilitó que el PRI perdiera la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados federal y dos veces la presidencia; sigo esperando pruebas del llevado y traído fraude presidencial del 2006) y agréguese intensificación interesada del trabajo gubernamental federal que enfrenta al corporativismo local (no son lo mismo, aclaro, por si alguien como Arturo Luna no es capaz de ver la diferencia o quiere confundir), atención y operación directa de las dirigencias nacionales de los partidos opositores, más recursos en el PAN estatal, cobertura palpable y disposición crítica de medios nacionales, observación electoral profesional de asociaciones civiles mexicanas y extranjeras, así como de instancias internacionales.
*** ¿“Elección de Estado”? Dejen ya las payasadas. Aunque no nos guste el PAN (a mí tampoco me gusta el PRD, ni el PRI, ni ningún otro), este partido no puede hacer elecciones de Estado –las que celebró por décadas el PRI hegemónico para legitimar las relaciones de poder existentes en su régimen autoritario- simple y sencillamente porque no controla al Estado: no tiene una mayoría soviética en el Congreso de la Unión (que, recordemos, ya se enfrentó como tal a las televisoras), no manda en los llamados órganos constitucionales autónomos y la Suprema Corte no es su empleada. El presidente ya no posee las facultades metaconstitucionales.
Tampoco es dueño de las entidades federativas (si no lo sabremos acá). Además, la competitividad político-electoral es muy grande en comicios federales y el PAN y el gobierno de la República no cuentan con cuerpos corporativos.
Si el PAN no es partido hegemónico, el “presidencialismo mexicano” está muerto y las elecciones federales son democráticas, no puede haber “elección de Estado”.
En cambio, en Puebla existe un partido dominante y no hay división de poderes (un partido domina la red de poderes públicos, no sólo al Legislativo y al Judicial), por lo que un equivalente local de la “elección de Estado” en sentido estricto, si bien como subtipo disminuido, sí se puede llevar a cabo. Y se lleva a cabo.
*** Arturo Luna en Milenio Puebla (martes): “(…) en el gobierno estatal no hubo secretaría de Estado (sic) que no capitalizara su trabajo a favor del PRI, de sus candidatos y de Mario Marín. ¿Qué (sic) [Que] estuvieron al borde de lo legal? Sí, pero a quién le importa eso [¿acaso sabe lo que todos tenemos y debemos tener en mente?] cuando, como he dicho, la elección 2007 se trataba no de una fiesta, sino de una guerra, guerra por el poder. No se eligió a la flor más bella del ejido. En la elección federal de 2006, el PAN hizo lo mismo que hoy hizo el PRI, y ganó todo en Puebla. ¿Es bueno cuando lo hace el PAN y malo cuando lo hace el PRI?
¿Hay mapaches buenos y mapaches malos?” Dos preguntas (que imitan el fraseo de un par que hice en torno al nacionalismo) fuera de lugar, tramposas, tontas, interesadas y retóricas.
Porque parten de dos cosas que en realidad no tienen base común. En el fondo, parece que no le “gusta” que se diga que en este estado no hay democracia y, entonces, intenta preparar una sola poción mezclando agua y aceite. Una (mal) disfrazada y tímida, mustia, defensa del gobierno estatal rayana en el cinismo que se cree “realismo”.
Algo más: “estado de cosas” y “establishment” no son sinónimos, como sostuvo anteayer Luna. El primero es, como indican las palabras (para eso sirven, por eso hay que saber usarlas) una situación, el segundo un conjunto de actores en el poder con intereses compartidos y enlazados. La preservación del primero es producto de la acción del segundo.En Puebla, la columna suele ser el enterrador del periodista.
*** Plagiario, inculto (se enorgullece de no leer literatura) y, además, ignorante y con sueños de profeta. Enrique Huerta Cuevas en su comentario del antepasado viernes en el diario Intolerancia: “tendremos un Congreso mucho más plural y representativo junto con las elecciones más competidas y cerradas en la capital”. La mona, aunque se vista de politóloga, mona se queda.
*** Gastón García Cantú (tomado del libro La Terca Memoria, de Julio Scherer): “En el cortejo de los adictos y beneficiarios, los brazos en alto y los gestos de asombro; el de los funcionarios que se agitan, mínimos y plegados, en las espaldas de sus pistoleros; el cortejo ávido de las inauguraciones; el de los oradores obsesivos; el cortejo de donde salen las consignaciones penales de los hombres honrados; el cortejo que aplaude frenético y persuadido, la teoría de que México es agredido por sus disidentes; el lento cortejo que trama la prolongación del poder personal; el cortejo que desfila en un país empobrecido y expoliado”.
¿Les parece conocido? Y más del historiador: “(…) en aquellas páginas, hubo de todo: miedosos, corrompidos, tontos que se pavoneaban por cuartillas sudadas en tinta verde, engreídos de librea, caras de poliedro que según el personaje mostraban el gesto adecuado, la columna vertebral gelatinosa, correveidiles que desinformaban de todo (…)”. ¿Dónde he visto todo eso?
*** Sobre la actitud y conducta de ciertos periodistas aldeanos frente al gobernador y la “burbuja”. El sabio Baltasar Gracián diría: “la alabanza sobrada es mengua de capacidad, y quien elogia en exceso o se burla de sí o de los demás”.
*** Lo dicho: la recuperación o resurrección priista es una ilusión óptica.
*** Decía correctamente Massimo D’Azeglio: “para un gobierno injusto, el mártir es más nocivo que el rebelde”.